Con la llegada de un primer hijo, los padres nos enfrentamos por primera vez a los temores que genera la posibilidad que de nuestro bebé se enferme. El fantasma de que ese pequeño ser tan indefenso sufra de alguna dolencia, por más leve que sea, resulta una preocupación muchas veces insoportable.
En nuestro caso, los miedos se agravaron porque Manuel fue prematuro y tuvo que estar internado un tiempo en el servicio de neonatología del instituto médico donde nació y de inmediato, nos topamos con la experiencia desagradable de tener a un recién nacido hospitalizado.
Pero más allá de este agravante en nuestra experiencia, todos los padres primerizos le tenemos pavura a la posibilidad de que nuestros pequeños bebés se enfermen. Esto nos lleva a extremar las medidas de seguridad a un punto que resulta, en algunos casos, absurdo.
Si bien es recomendable que durante el primer mes de vida el bebé no esté expuesto a grupos grandes de gente, que no interactúe de manera directa con niños en edad escolar o con adultos que estén transitando cualquier tipo patología contagiosa, prologar este periodo de “cuarentena” por muchos meses o de manera indeterminada genera un círculo vicioso de malestar, contraproducente para todos,
Por un lado, los padres nos sumergimos en un temor cada vez más irracional con respecto a los cuidados que tenemos que tener con el bebé y por el otro, aislamos al niño o niña del cariño y el contacto necesario que tiene que tener con sus tíos, abuelos y los amigos de los padres.
Por supuesto, el grado de gravedad de esta situación de paranoia depende de la personalidad de cada padre, pero en todos los casos por igual, la mejor manera de exorcizarse estos temores irracionales es tener una figura médica que atienda al bebé y en el cual confiemos plenamente. Es fundamental pedirle al profesional que nos aconseje con respecto a cuáles son las precauciones que debemos tomar en cada caso y cuáles son las licencias que nos podemos dar, sin exponer al bebé a riesgos innecesarios.
Esta referencia médica, combinada con el instinto paternal que sabe interpretar las necesidades del niño, nos permite tranquilizarnos y, de a poco, vivir con mayor tranquilidad.
Un amigo médico nos dijo en una ocasión, “todos nos enfermamos en algún momento y Manuel también se va a enfermar”. Y si bien los padres en general somos conscientes de que en algún momento esto sucederá, la idea de que algo malo les suceda nos estresa, angustia y entristece. Pero de todas maneras, debemos aprender a manejarlo para no agravar estas situaciones con nuestros propios temores, cuando finalmente se presenten.
Los padres con mayor experiencia nos han comentado también, que con el tiempo y la llegada de más hijos uno se acostumbra a vivir con las situaciones de enfermedad, a pesar de que, desgraciadamente, el miedo nunca se pierde. Siempre se mantiene intacto y ante cualquier caso de cierta gravedad, el temor es terrible. Es por eso que resulta fundamental disfrutar de los periodos de salud y no pensar constantemente en todo lo malo que le podría suceder al bebé, porque de esa manera la vida se vuelve insoportable y no podremos disfrutar a pleno de la maravillosa experiencia de ser padres.
Por el momento, yo y Caro, mi mujer, en eso estamos. Dejando atrás los miedos y disfrutando cada día un poco más de nuestro niñito.
Espero que les haya gustado y me encantaría escuchar sus experiencias personales con los temores que genera las enfermedades en sus niños.
Hasta el próximo artículo.
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