Una de las cosas más maravillosas que nos devuelve la paternidad a los adultos, es la posibilidad de volver a jugar. La llegada de los niños a nuestras vidas nos permite conectar con la necesidad lúdica básica que tenemos todos los seres humanos y en especial el papá, que se reencuentra con una faceta de la vida muchas veces postergada y hasta en algunos casos olvidada. El juego es un lazo de comunicación inmejorable entre el bebé y sus padres que cumple una función fundamental en el crecimiento intelectual, psicológico y afectivo del niño/a.
Unos de los cambios más inmediatos que tuvo la paternidad en mi vida cotidiana, incluso durante el embarazo de Caro, fue la conexión inesperada con mi niño interior que me permitió volver a disfrutar de las películas de dibujos animados, la música infantil y los juguetes.
Si bien yo soy una persona que siempre entendió el gusto de los adultos por los productos “infantiles” en general, nunca fui del tipo de persona que colecciona juguetes. Pero desde el momento en que supimos con mi pareja que seriamos papás, el interés por la temática de entretenimiento y juego infantil volvió a nacer en mí. Durante el embarazo, cada uno de estos objetos o actividades referían a la ilusión de compartir con Manuel momentos, risas y complicidades. Ésta hermosa ilusión se hizo realidad con su nacimiento y a las pocas semanas de vida ya pudimos conectar a partir del juego.
Investigando un poco sobre el tema, pude comprobar que la necesidad de jugar se intensifica principalmente en el papá porque constituye una de las formas de relacionarse más naturales que encuentra el hombre con el recién nacido, diferenciando su relación particular con el bebé. Este es el motivo por el cual es tan habitual encontrar en Internet fotos y videos de padres que realizan las tareas cotidianas que supone el bebé (como bañarlo, cambiarlo o alimentarlo), jugando.
Suele suceder también, que la madre pierda la paciencia ante esta situación, porque siente que no sólo tiene que cuidar del bebé, sino que también tiene que lidiar con un adulto con actitudes infantiles. Pero en realidad, esta suerte de “regresión” del padre fortalece el contacto del varón adulto con el bebé, mientras que le ofrece al chiquilín multiplicidad de estímulos visuales, auditivos, táctiles y comunicativos que no sólo lo ayudan en su desarrollo mental y físico, sino que también van forjando su personalidad. El bebé interpreta a través del juego distintos rasgos de la comunicación y de a poco, va desarrollando con el padre complicidades únicas.
Volver a disfrutar del juego infantil es una experiencia que nos ofrece la paternidad a todos los adultos. En estos tiempos de larguísimas jornadas laborales y altísimos grados de estrés, poder volver a conectarnos con la enorme satisfacción que genera el juego es un regalo de la naturaleza, que nos advierte con elocuencia cuales son las cosas verdaderamente importantes de la vida.
Así que a no reprimirse y a jugar con nuestros hijos cada vez que podamos.
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